Sirva esta edición como homenaje a este buen hombre
que recientemente nos ha dejado y estoy seguro que todos los villafranqueños
que lo hemos tratado lo teníamos en gran estima.
Ya en enero de 2016, edité dos artículos sobre el libro
que Manuel editó a pequeña escala para distribuirlo entre sus familiares, ya que
mayormente habla de su familia, pero hay una parte de su libro que habla de las
anécdotas de su vecino Isidro, el barbero y que es digno de que os la narre tal
como él lo cuenta en su libro.
Yo apenas conocí a Isidro por mi edad pero los mayores
que sí lo conocieron seguro que al leer estas anécdotas, las identificaran
perfectamente o sabrán.
Este capítulo está dedicado a Marcial, hermano de
Isidro, lo titula
así:
Sr. Manuel Gavilán Blanco |
CASO Nº 3… MARCIAL
Nuestro pozo medianero se hizo célebre también por
otro luctuoso suceso ocurrido en el verano del año 1951, el que, por su
importancia, no puedo dejar de narraros detalladamente. Concreto la fecha
porque Conchita sólo tenía unos días y porque debido al insoportable calor, nos
instalamos circunstancialmente en la habitación de abajo, contigua a la casa de
Felipe. Una mañana muy temprano, sería las seis, más o menos, oímos por el
patio el ruido sorprendente de entrechocar los cubos del pozo de forma violenta
y a continuación una zambullida impresionante, profunda, que resonó como una
explosión lejana.
- ¡Ese ha sido
Marcial que se ha tirado al pozo! —aseguré convencido, puesto que ya hacía
tiempo que buscaba la ocasión de suicidarse.
- ¡Qué bruto!
¡Seguro que esta vez se ha matado! —replicó mamá presa del gran nerviosismo. Yo
estaba convencido también de que en aquella ocasión había conseguido su
propósito finalmente; pero cuando estábamos haciendo este precipitado
comentario, se oyó su voz que salía del fondo del pozo evidenciando que no, que
estábamos equivocados, que, al menos de momento, estaba vivo. ¡Increíble! ¿Pero
cómo podía haber escapado con vida después de caer desde una altura de diez o
doce metros? ¡Porque el pozo era muy hondo!
Desde allá dentro, su voz parecía de ultratumba. En forma de lamento suplicante
y desesperado clamaba sin cesar:
-¡Ay,mare mía de mi arma! ¡Ay, mare mía de Los
Remedios! Pero ¿no me oye nadie? ¡Que me muero de frío! Hermano, ¿no me oyes? Y
en medio de esta impresionante letanía de lamentos y súplicas, acudí
rápidamente, provisto de una linterna, y pude comprobar que, en efecto, estaba
vivo.
Allá en el fondo le vi la cabeza rapada, con la
providencial circunstancia de que estaba, nunca mejor dicho, justo con el agua
al cuello. En su maniática obsesión por quitarse la vida, totalmente ciego y
casi sordo, lo había intentado una vez más sin conseguirlo, al menos de
momento. Sin duda cayó directamente al agua y ésta amortiguó el golpe lo
suficiente para que no consiguiera su propósito.
Isidro acudió
también alertado por las desesperadas voces de su hermano; intercambiamos unas
palabras a través del propio pozo y convinimos en la urgente necesidad de
buscar alguien que estuviese dispuesto a bajar a rescatarlo. Salió pues Isidro
a la calle y no tardó mucho en volver con su pariente "Juanillo
Bojitas" provisto de dos largas sogas.
Yo, naturalmente, me uní a ellos para ayudarles.
Atamos, pues, a "Bojitas" por la cintura y, poco a poco, con mucho
cuidado, lo fuimos dejando caer en medio de las constantes voces de Marcial,
que, en su sordera, no se había dado cuenta de que estábamos procediendo a su
rescate, e impedía, al propio tiempo, que captáramos con claridad la voz de
"Bojitas" que nos iba informando de la maniobra durante su descenso.
Sr. Marcial Gómez Pino |
- ¡Más
despacio...! ¡Ya estoy cerca...! ¡Unos dos metros me faltan para llegar al
agua...! ¡Sujetad fuerte ahí que ya alcanzo!
- No te preocupes que te tenemos seguro.
- ¡Aguantad
bien, que ahora me queda lo más difícil!
Una vez cerca de Marcial le gritó fuertemente que
callara y que se estuviese quieto, que lo iba a sacar. Lo oyó al fin y le
formuló en seguida su pregunta habitual:
- ¿Quién
ereeeeees...., amigo?
- ¡Soy tu primo
"Bojitas"; pero cállate! ¡Echadme vosotros el extremo de la otra
cuerda que voy a intentar amarrarlo! —nos ordenó.
Pero cuando se
disponía a atarlo por la cintura se agarró a su salvador como un naufrago
diciendo:
- ¡Ay primo de
mi "arma"! ¡Sácame pronto de aquí que me muero de frío! - ¡Suéltame,
c...! ¡Que vas a hacer que me hunda yo también!
- ¡No vayáis a
aflojar ahora la soga! —Nos ordenó gritando angustiosamente- ¡Que este tío no
me suelta!
- ¡No te preocupes que te tenemos bien sujeto! —le
aseguramos para tranquilizarlo, mientras manteníamos tensa la soga con ambas
manos, los cuerpos inclinados hacia atrás y con la pierna derecha a media
altura, en plancha, sobre el brocal para conseguir el máximo esfuerzo.
"Bojitas", colgado de la cintura, con los
pies apoyados en las gruesas piedras que formaban el hueco del pozo, tras
muchas voces y no menos esfuerzos, logró finalmente que lo soltara y que se
dejara atar por el tronco, bajo las
axilas. Y una vez conseguido nos ordenó:
-¡Subidme! ¡Que ya está atado!
-¡De acuerdo! ¡Tú tranquilo, que por lo que a nosotros
respecta estás seguro! Y nos dispusimos inmediatamente a iniciar la maniobra
del rescate del salvador, en tanto que
Marcial no cesaba en sus constantes lamentos urgiendo su salida:
-Pero ¿no me vais a sacar de aquí? ¡Sacarme pronto que
me muero de frío! ¡Ay mare mía de mi “arma"! ¡Qué no me sacan!
Sin duda hubiese preferido morir de muerte instantánea
a la de frío, a juzgar por los patéticos gritos con que imploraba su rescate.
En su situación, lógicamente, los segundos le parecían años; pero, lo que era
evidente, es que nosotros no podíamos aligerar más.
Una vez que "Bojitas" estuvo fuera, se
desató rápidamente la cuerda y nos dispusimos los tres a sacar a Marcial
tirando de la soga poco a poco, lentamente, ¡porque había que ver cómo pesaba
el tío! —atado del cuerpo, como ya dije, y aferrado a la soga con las dos
manos, lo fuimos subiendo con gran trabajo, hasta que finalmente lo tuvimos al
alcance. Mientras yo sujetaba la soga con todas mis fuerzas, Isidro y
"Bojitas" lo cogieron uno de cada mano, y ayudándose con el antebrazo
en los sobacos del frustrado suicida, lograrmos sacarlo, aparentemente, sano y
salvo, porque no presentaba ni un rasguño. Estaba, eso sí, un poco aturdido por
el frío, del que no dejaba de lamentarse un momento; y por el golpe que se
propinó al caer, contra los cubos primero y luego contra la superficie del
agua, si bien ésta fue aunque a su pesar, la que le salvó la vida, claro.
Su aspecto físico era desolador: aterido de frío;
pálido como la cera; desnudo de cintura para arriba: el pantalón empapado,
naturalmente; las botas, desabrochadas, llenas de agua; calvo y sin cejas,
porque en sus ratos de impresionante soledad se entretenía en arrancárselas al
igual que el vello del pecho y los pelos de las patillas.
Esta depilación la llevaba a cabo de forma rutinaria:
sentado pacientemente en su silla, se buscaba un pelo o vello donde fuese, lo
cogía apretando los dedos con todas sus
fuerzas, y, de un enérgico tirón, torciendo la boca al mismo tiempo, se lo
arrancaba de raíz. Acto seguido, para cerciorarse de si se lo había arrancado o no, se lo
pasaba por los labios, para, en la sensibilidad de éstos; comprobar el
resultado.
Y así se pasaba las horas. De vez en cuando, si, a
pesar de su enorme sordera, notaba la presencia de alguien, preguntaba:
"Amigo... ¿qué hora eeeé…?”
Bien, pues una vez que lo tuvimos fuera en las
condiciones que quedan reseñadas, como estaba aturdido, no lográbamos que se
mantuviese de pie porque le fallaban las piernas; así que lo dejamos caer en el
suelo, le quitamos la soga del pecho y lo cogimos, yo por los pies y ellos cada
uno de un brazo, para llevarlo al dormitorio, y una vez allí secarlo y dejarlo
en la cama hasta que se recuperase. Pero lo que son las cosas: En el centro de
la galería en la que estaba el pozo, y justo frente al brocal, a unos dos
metros de distancia de éste, había una columna de hierro en la que descansaba
una larga viga de madera que soportaba el peso del tejado. Pues bien, al
iniciar la marcha con el pesado cuerpo de Marcial, Isidro que pretende pasar un
lado de la columna; "Juanillo Bojitas" que lo intenta por el otro; un
momento de vacilación, que si por aquí, que si por allí; yo grité: ¡cuidado!
pero ya fue tarde. Como resultado de la indecisión fue que le arreamos al pobre
Marcial un topetazo en la cabeza contra la columna que le hizo salir de su
aturdimiento y exclamar:
- ¡Co..!! ¡Que
me vais a matar!
- Pues te hubiésemos hecho un favor ¿no? —dije
bromeando, aunque naturalmente él no me oyó.
A juzgar por su más que justificada exclamación
quedaba bien patente que él seguía prefiriendo el suicidio al homicidio.
Al día siguiente, nadie lo creería, ya estaba en la
calle recuperado caminando por la acera, siempre pegado a la pared, golpeándola
con el extremo del bastón para no separarse de ella, y repitiendo
machaconamente su interminable cantinela:
- Hoy es el
día... de las Marías o de las Juanas, Manueles, Pedros, etc..., que buen
cuidado tenía él del santoral para, no en balde, visitar al amigo o conocido de
turno para felicitarlo.
Yo, como los demás, siempre le daba algo. Casi siempre
un puro, con lo que salía contentísimo.
Pero su empeño en quitarse la vida era obsesionante:
Una vez pretendió escalar los postes metálicos de alta tensión para tocar los
cables; otra se tiró desde el balcón de su propia casa a la acera. Yo, que
estaba muy cerca, al oír el tremendo golpe, que sonó como si hubiese caído un
saco de piedras, corrí creyendo que por fin había conseguido su propósito de
quitarse la vida, puesto que al tomarle el pulso no se lo encontré, pero al
poco rato llegó D. Ramón, se lo tomó y dijo:
- ¡Que no! ¡Que no se ha matado! ¡Que el tío está
vivo! Marcial tiene siete vidas, como los gatos.
- El golpe ha
sido terrible, dije. Y después de un minucioso examen D. Ramón emitió su juicio:
- Creo, de momento, que sólo tiene rota la clavícula
izquierda y que sufre una fuerte
conmoción cerebral.
A los pocos
días ya estaba paseando la calle, aunque con el hombro escayolado, repitiendo
su conocida frase, unas veces gritaba y otras cantaba:
Hoy es el día... de las Josefas o del que fuese.
Y de vez en cuando preguntaba:
- Amigo... ¿Qué
hora es...?
Finalmente consiguió su tan ansiado propósito de
suicidarse: se ahorcó en su propia casa con un pequeño cordelillo, colgándose
del pasador del postigo de una de las puertas de la barbería de Isidro.
Desde el aislamiento casi total del mundo de su
entorno, por su ceguera total y su sordera, no veía más solución que quitarse
la vida. Horrible desgracia la suya, digna de la mayor compasión.
Autor: Manuel Gavilán Blanco.
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