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viernes, 17 de febrero de 2017

MANUEL GAVILAN BLANCO, NARRA CASO Nº 3....MARCIAL


Sirva esta edición como homenaje a este buen hombre que recientemente nos ha dejado y estoy seguro que todos los villafranqueños que lo hemos tratado lo teníamos en gran estima.
Ya en enero de 2016, edité dos artículos sobre el libro que Manuel editó a pequeña escala para distribuirlo entre sus familiares, ya que mayormente habla de su familia, pero hay una parte de su libro que habla de las anécdotas de su vecino Isidro, el barbero y que es digno de que os la narre tal como él lo cuenta en su libro.
Yo apenas conocí a Isidro por mi edad pero los mayores que sí lo conocieron seguro que al leer estas anécdotas, las identificaran perfectamente o sabrán.
Este capítulo está dedicado a Marcial, hermano de Isidro, lo titula así:


Sr. Manuel Gavilán Blanco



CASO Nº 3… MARCIAL

Nuestro pozo medianero se hizo célebre también por otro luctuoso suceso ocurrido en el verano del año 1951, el que, por su importancia, no puedo dejar de narraros detalladamente. Concreto la fecha porque Conchita sólo tenía unos días y porque debido al insoportable calor, nos instalamos circunstancialmente en la habitación de abajo, contigua a la casa de Felipe. Una mañana muy temprano, sería las seis, más o menos, oímos por el patio el ruido sorprendente de entrechocar los cubos del pozo de forma violenta y a continuación una zambullida impresionante, profunda, que resonó como una explosión lejana.

 - ¡Ese ha sido Marcial que se ha tirado al pozo! —aseguré convencido, puesto que ya hacía tiempo que buscaba la ocasión de suicidarse.

- ¡Qué bruto! ¡Seguro que esta vez se ha matado! —replicó mamá presa del gran nerviosismo. Yo estaba convencido también de que en aquella ocasión había conseguido su propósito finalmente; pero cuando estábamos haciendo este precipitado comentario, se oyó su voz que salía del fondo del pozo evidenciando que no, que estábamos equivocados, que, al menos de momento, estaba vivo. ¡Increíble! ¿Pero cómo podía haber escapado con vida después de caer desde una altura de diez o doce metros? ¡Porque el pozo era muy hondo!
Desde allá dentro, su voz  parecía de ultratumba. En forma de lamento suplicante y desesperado clamaba sin cesar:

-¡Ay,mare mía de mi arma! ¡Ay, mare mía de Los Remedios! Pero ¿no me oye nadie? ¡Que me muero de frío! Hermano, ¿no me oyes? Y en medio de esta impresionante letanía de lamentos y súplicas, acudí rápidamente, provisto de una linterna, y pude comprobar que, en efecto, estaba vivo.

Allá en el fondo le vi la cabeza rapada, con la providencial circunstancia de que estaba, nunca mejor dicho, justo con el agua al cuello. En su maniática obsesión por quitarse la vida, totalmente ciego y casi sordo, lo había intentado una vez más sin conseguirlo, al menos de momento. Sin duda cayó directamente al agua y ésta amortiguó el golpe lo suficiente para que no consiguiera su propósito.

Isidro acudió también alertado por las desesperadas voces de su hermano; intercambiamos unas palabras a través del propio pozo y convinimos en la urgente necesidad de buscar alguien que estuviese dispuesto a bajar a rescatarlo. Salió pues Isidro a la calle y no tardó mucho en volver con su pariente "Juanillo Bojitas" provisto de dos largas sogas.

Yo, naturalmente, me uní a ellos para ayudarles. Atamos, pues, a "Bojitas" por la cintura y, poco a poco, con mucho cuidado, lo fuimos dejando caer en medio de las constantes voces de Marcial, que, en su sordera, no se había dado cuenta de que estábamos procediendo a su rescate, e impedía, al propio tiempo, que captáramos con claridad la voz de "Bojitas" que nos iba informando de la maniobra durante su descenso.


Sr. Marcial Gómez Pino

- ¡Más despacio...! ¡Ya estoy cerca...! ¡Unos dos metros me faltan para llegar al agua...! ¡Sujetad fuerte ahí que ya alcanzo!

- No te preocupes que te tenemos seguro.

- ¡Aguantad bien, que ahora me queda lo más difícil!

Una vez cerca de Marcial le gritó fuertemente que callara y que se estuviese quieto, que lo iba a sacar. Lo oyó al fin y le formuló en seguida su pregunta habitual:

- ¿Quién ereeeeees...., amigo?

- ¡Soy tu primo "Bojitas"; pero cállate! ¡Echadme vosotros el extremo de la otra cuerda que voy a intentar amarrarlo! —nos ordenó.

Pero cuando se disponía a atarlo por la cintura se agarró a su salvador como un naufrago diciendo:

- ¡Ay primo de mi "arma"! ¡Sácame pronto de aquí que me muero de frío! - ¡Suéltame, c...! ¡Que vas a hacer que me hunda yo también!

- ¡No vayáis a aflojar ahora la soga! —Nos ordenó gritando angustiosamente- ¡Que este tío no me suelta!

- ¡No te preocupes que te tenemos bien sujeto! —le aseguramos para tranquilizarlo, mientras manteníamos tensa la soga con ambas manos, los cuerpos inclinados hacia atrás y con la pierna derecha a media altura, en plancha, sobre el brocal para conseguir el máximo esfuerzo.

"Bojitas", colgado de la cintura, con los pies apoyados en las gruesas piedras que formaban el hueco del pozo, tras muchas voces y no menos esfuerzos, logró finalmente que lo soltara y que se dejara atar por  el tronco, bajo las axilas. Y una vez conseguido nos ordenó:

-¡Subidme! ¡Que ya está atado!

-¡De acuerdo! ¡Tú tranquilo, que por lo que a nosotros respecta estás seguro! Y nos dispusimos inmediatamente a iniciar la maniobra del rescate  del salvador, en tanto que Marcial no cesaba en sus constantes lamentos urgiendo su salida:

-Pero ¿no me vais a sacar de aquí? ¡Sacarme pronto que me muero de frío! ¡Ay mare mía de mi “arma"! ¡Qué no me sacan!

Sin duda hubiese preferido morir de muerte instantánea a la de frío, a juzgar por los patéticos gritos con que imploraba su rescate. En su situación, lógicamente, los segundos le parecían años; pero, lo que era evidente, es que nosotros no podíamos aligerar más.

Una vez que "Bojitas" estuvo fuera, se desató rápidamente la cuerda y nos dispusimos los tres a sacar a Marcial tirando de la soga poco a poco, lentamente, ¡porque había que ver cómo pesaba el tío! —atado del cuerpo, como ya dije, y aferrado a la soga con las dos manos, lo fuimos subiendo con gran trabajo, hasta que finalmente lo tuvimos al alcance. Mientras yo sujetaba la soga con todas mis fuerzas, Isidro y "Bojitas" lo cogieron uno de cada mano, y ayudándose con el antebrazo en los sobacos del frustrado suicida, lograrmos sacarlo, aparentemente, sano y salvo, porque no presentaba ni un rasguño. Estaba, eso sí, un poco aturdido por el frío, del que no dejaba de lamentarse un momento; y por el golpe que se propinó al caer, contra los cubos primero y luego contra la superficie del agua, si bien ésta fue aunque a su pesar, la que le salvó la vida, claro.

Su aspecto físico era desolador: aterido de frío; pálido como la cera; desnudo de cintura para arriba: el pantalón empapado, naturalmente; las botas, desabrochadas, llenas de agua; calvo y sin cejas, porque en sus ratos de impresionante soledad se entretenía en arrancárselas al igual que el vello del pecho y los pelos de las patillas.

Esta depilación la llevaba a cabo de forma rutinaria: sentado pacientemente en su silla, se buscaba un pelo o vello donde fuese, lo cogía apretando  los dedos con todas sus fuerzas, y, de un enérgico tirón, torciendo la boca al mismo tiempo, se lo arrancaba de raíz. Acto seguido, para cerciorarse  de si se lo había arrancado o no, se lo pasaba por los labios, para, en la sensibilidad de éstos; comprobar el resultado.

Y así se pasaba las horas. De vez en cuando, si, a pesar de su enorme sordera, notaba la presencia de alguien, preguntaba: "Amigo... ¿qué hora eeeé…?”
Bien, pues una vez que lo tuvimos fuera en las condiciones que quedan reseñadas, como estaba aturdido, no lográbamos que se mantuviese de pie porque le fallaban las piernas; así que lo dejamos caer en el suelo, le quitamos la soga del pecho y lo cogimos, yo por los pies y ellos cada uno de un brazo, para llevarlo al dormitorio, y una vez allí secarlo y dejarlo en la cama hasta que se recuperase. Pero lo que son las cosas: En el centro de la galería en la que estaba el pozo, y justo frente al brocal, a unos dos metros de distancia de éste, había una columna de hierro en la que descansaba una larga viga de madera que soportaba el peso del tejado. Pues bien, al iniciar la marcha con el pesado cuerpo de Marcial, Isidro que pretende pasar un lado de la columna; "Juanillo Bojitas" que lo intenta por el otro; un momento de vacilación, que si por aquí, que si por allí; yo grité: ¡cuidado! pero ya fue tarde. Como resultado de la indecisión fue que le arreamos al pobre Marcial un topetazo en la cabeza contra la columna que le hizo salir de su aturdimiento y exclamar:

- ¡Co..!! ¡Que me vais a matar!

- Pues te hubiésemos hecho un favor ¿no? —dije bromeando, aunque naturalmente él no me oyó.

A juzgar por su más que justificada exclamación quedaba bien patente que él seguía prefiriendo el suicidio al homicidio.
Al día siguiente, nadie lo creería, ya estaba en la calle recuperado caminando por la acera, siempre pegado a la pared, golpeándola con el extremo del bastón para no separarse de ella, y repitiendo machaconamente su interminable cantinela:

- Hoy es el día... de las Marías o de las Juanas, Manueles, Pedros, etc..., que buen cuidado tenía él del santoral para, no en balde, visitar al amigo o conocido de turno para felicitarlo.
Yo, como los demás, siempre le daba algo. Casi siempre un puro, con lo que salía contentísimo.

Pero su empeño en quitarse la vida era obsesionante: Una vez pretendió escalar los postes metálicos de alta tensión para tocar los cables; otra se tiró desde el balcón de su propia casa a la acera. Yo, que estaba muy cerca, al oír el tremendo golpe, que sonó como si hubiese caído un saco de piedras, corrí creyendo que por fin había conseguido su propósito de quitarse la vida, puesto que al tomarle el pulso no se lo encontré, pero al poco rato llegó D. Ramón, se lo tomó y dijo:

- ¡Que no! ¡Que no se ha matado! ¡Que el tío está vivo! Marcial tiene siete vidas, como los gatos.

- El golpe ha sido terrible, dije. Y después de un minucioso examen D. Ramón emitió su juicio:

- Creo, de momento, que sólo tiene rota la clavícula izquierda  y que sufre una fuerte conmoción cerebral.

A los pocos días ya estaba paseando la calle, aunque con el hombro escayolado, repitiendo su conocida frase, unas veces gritaba y otras cantaba:
Hoy es el día... de las Josefas o del que fuese.
Y de vez en cuando preguntaba:

- Amigo... ¿Qué hora es...?

Finalmente consiguió su tan ansiado propósito de suicidarse: se ahorcó en su propia casa con un pequeño cordelillo, colgándose del pasador del postigo de una de las puertas de la barbería de Isidro.

Desde el aislamiento casi total del mundo de su entorno, por su ceguera total y su sordera, no veía más solución que quitarse la vida. Horrible desgracia la suya, digna de la mayor compasión.

Autor: Manuel Gavilán Blanco.

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