jueves, 2 de diciembre de 2021

MARÍA RUIBÉRRIZ DE TORRES, UNA MISIONERA EN REPÚBLICA DOMINICANA

 



El pasado 24 de octubre se celebró el Domingo Mundial de la Misiones, conocido como día del Domund, es una jornada en la que la iglesia católica promueve y fomenta las vocaciones misioneras e intenta conseguir fondos y medios para llevar adelante el trabajo misionero. Esta inquietud ahondó en una villafranqueña allá por la década de los 60, me refiero a María, la hija del boticario D. Joaquín Ruibérriz de Torres y aunque esta gozaba de un estatus bastante cómodo, a la muerte de su padre puso todo su empeño en marchar a las misiones.

De la mano de Rafa Palomares me ha llegado un artículo del periódico Córdoba de 1991 dedicado a su tía  María Ruibérriz de Torres. La entrevista que le hace el periodista Luis Mendoza a María es motivada por su faceta de misionera, vocación que pudo hacerla realidad con  45 años ya cumplidos. Si tenéis un rato leerla porque es interesante. Al final del artículo el periodista muestra su sorpresa cuando ve al sacerdote Manuel Pérez en algunas de las fotos que le muestra María, allá en las misiones. Cura que terminó como jefe de la guerrilla Colombiana, del que dejo un enlace para el que quiera saber algo de este cura mañico. Todas las fotos que os muestro son propiedad de Rafa Palomares al que le doy las gracias.


ARTÍCULO DIARIO CÓRDOBA

María es una mujer madura con el entusiasmo del que tiene muchas cosas que hacer. Sus recuerdos no son nostalgias sino impulsos, reservas para una voluntad emprendedora que estalla en lo que ella misma llega a considerar como locuras. Y pueden ser locuras, efectivamente, pues sólo los locos saltan al mundo para tratar de arreglarlo un poquito, para alcanzar un sueño.

Suele decirse de algunas personas, cuando entran en años, que debieron ser bellas porque aún les queda. María lo es en su edad, en su sonrisa permanente e ingenua. Hermosa en sus intenciones: Campaña del hambre, Domund... "Que llegan. Escríbalo y que la gente se entere de que las ayudas llegan a los necesitados".

 —¿Qué quieren decir de mí, si yo soy una mujer insignificante?

 Y desde el principio de esta entrevista, apenas en la puerta de su casa, comienza a hablar, como si el estar callada constituyera una falta de cortesía Por eso tiene que advertirnos, apenas me ve sacar la grabadora: "Esto no lo pongan" Es una sala muy amplia, con muebles antiguos de nogal, que huele a paz, aislada del torbellino devastador del tiempo.


FAMILIA

En sus paredes, la historia de una familia los abuelos, los padres.. Nos miran desde algún lugar, lejano o próximo, asomados a los tafetanes o los lienzos descoloridos. El padre de María Ruibérriz de Torres era una estrellero, un poeta del universo, que contagió a los chiquillos de la calle con su absurda manía e inició a su hija en la búsqueda de horizontes.

Placa colocada en el patio de la Biblioteca

 —Lea esto, que habla de mi padre. Es una placa que le dedicaron en el pueblo. Lo hago en voz alta.

 —A don Joaquín Ruibérriz de Torres Herrera, 1875-1956 Archivero honorario y vitalicio, farmacéutico. Alcalde y Juez de Paz. Ciudadano ejemplar. Por su desinteresada y eficaz labor en la difusión de la cultura. El Ayuntamiento perpetúa su gratitud y la del vecindario con esta inscripción Villafranca, veintiocho de febrero de mil novecientos noventa y uno. La placa se encuentra en la Biblioteca Municipal.

 —En cuanto a su preparación.

 —Entonces, nadie estudiaba.

 Hice el bachillerato de Grado Elemental. En el primer suspenso que me dieron en Magisterio, lo dejé. Mire: yo soy la juventud de la Guerra. Ahí me formé yo, en la Guerra. Aquello nos alteró todos los planes. El frente estaba en Alcolea y a los seis meses tomaron el pueblo. Las jóvenes de aquella época: unas con diecisiete, otras con catorce estuvimos aguantando. Atendíamos a los enfermos, más que a los heridos, en el hospital inyecciones, cuidarlos, lavarles la ropa. Hervir el agua con los piojos, que los había por todas partes.

 Eso nos maduró, porque vimos los heridos, los muertos.. Uno, se lo llevaron a la zona roja de Farmacéutico, el otro, al frente. Mi madre, enferma del corazón, en Sevilla. Mi padre de Regente, en Bujalance, y las dos más chicas nos quedamos aquí. Yo, con dieciocho, y mi hermana, con unos quince.

María de jovencita.

 —Pasó la Guerra ¿Y después?

 —Yo hice el propósito de trabajar por Dios. Después de los apuros, los cañonazos.  El frente estaba aquí mismo, en las Mojoneras. Las gentes volvían a sus casas, que estaban sin puertas, sin vigas, porque todo se había quemado. Vino una señorita de Madrid, muy metida en Acción Católica. Fue la que nos orientó. Trajo libros, nos enseñó a dar catequesis, acerca del trato con los niños .. Casi un año estuvo aquí.

 Después vinieron misioneros jesuitas. Eran estupendos. Entre ellos, el padre Rialp, tío del ingeniero recientemente asesinado en El Salvador. Buscábamos alojamiento a los que no tenían, en casas vacías, en ermitas, que había muchas, y, sobre todo, hacíamos teatro para sacar dinero, que mucha falta hacia porque eran muchos los problemas.

 —¿Participaban en las actividades todos los jóvenes, sin hacer distinción de ideologías políticas?

 —Pienso que sí. Mire: había un barbero, que ya murió. Era un tipo simpático donde los haya. Como el Paco Martínez Soria ese participaba en todos los teatros. Un padre misionero dijo. "Estas muchachas tienen tan buena voluntad, pero están un poco desorientadas". Así estábamos en los pueblos aislados, sin información, entonces nos puso en contacto con una muchacha de La Granja. La llamaban Peque, y yo la tengo comparada con Martin Descalzo, muy de Dios pero con los pies en el mundo. Nos escribió haciéndonos recomendaciones muy útiles.

 Religiosidad práctica

 —¿Usted se considera en esa línea de una religiosidad practica, lejos de misticismos ..?

—Si. Yo me considero de Sagrario y de gente. Organizamos clases de adultos, teatros, cines. Que, por cierto, se tapaban los besos y las escenas algo picantes, y los jóvenes gritaban, quejándose. Y hasta una novillada, que ya nos costó hasta conseguir los novillos porque decían que tenían el pezuñón.

Debía estar un poco chalada, como lo digo, porque mire lo quo voy a contarle: Escribí a Franco para ayudar a una pobrecita que iba a casarse y el tren le cortó los brazos. Fue que, en la estación, se le cayó el ramo de novia, y al cogerlo, pasó el tren y se los cortó. Pues bueno, a los pocos días, le concedieron una ayuda de cuarenta mil pesetas.

      De aquellos tiempos.

       Sí. Qué, entonces, tuvo para una casita y todo. Buena, pues una persona de aquí se encargó de ayudarla toda la vida.

Cuando estaba la televisión recién estrenada en España, oí al padre Arrope que hablaba de las necesidades en Hispanoamérica, el día de la hispanidad. Entonces me dieron ganas de ayudar a aquella gente. Tenía problemas familiares y esto suponía una dificultad. Además, se iban las religiosas, pero no las seglares. Posteriormente, en una portada del ABC, venían las primeras cooperadoras que se fueron a América. Precisamente a donde yo estuve: la República Dominicana. Muchas ganas, pero con los mismos problemas. Que más mérito tienen las que se han ido y han dejado a sus familias.

María en República Dominicana.

Mi padre murió, el pobre. Estaba soltera y en la revista Eclesia venía el anuncio de Ocasa- Obra de Cooperación Apostólica Seglar para América. Allí señalaban todo lo  que hacía falta para irse. Con aquello me entusiasmé, aunque sin decirlo a nadie porque te desilusionan, "¿Qué necesidad tienes? Dónde tú estás bien es en tu pueblo .

 —Para aquellos tiempos sería una gran aventura.

 —Bueno, esto fue en el año sesenta y ocho. Para esto me daban pares y nones. Yo tenía más de cuarenta y cinco años y aquello se salía del reglamento. Pero ocurrió que Dios me quería. Por eso escribo derecho con renglones torcidos. Así que la Duquesa buscó sitio en Teruel para una chiquilla que había en la finca, me pidieron que la acompañara y a la vuelta pasé por Madrid para averiguar lo mío. En cuanto vieron los de Ocasa que yo era mayor pero con el espíritu joven, me aceptaron. Hice un cursillo de tres meses, en Madrid, donde me enseñaron lo necesario.

 Primero me quisieron enviar a Ciudad Bolívar, de secretaria del obispo, pero eso no me gustó. "Esto no es lo mío. Para esto me quedo en mi pueblo". También a Guatemala, a una librería católica. Tampoco lo quise. Así que, por fin, apareció lo mío en la República Dominicana, en unos campos, cerca de Haití. Fui sola, en avión. El equipo me estaba esperando. No conocía a nadie y la convivencia es difícil. Pero la gente quiere mucho a los españoles.


Misionera

 —¿Cómo era aquello?

 —Era capital. Pero una capital más pequeña que Villafranca. Trujillo lo hizo capital por estar en la frontera con Haití. También había nombrado a su hijo, comandante, cuando no contaba más de doce años.

Allí teníamos una escuela de costura, íbamos a los campos a bautizar, bendecir agua. Por cierto que el agua bendita era algo fundamental para aquellas gentes. Lo curaba todo: expulsaban al espíritu malo, a los demonios. Botellas y más botellas de agua bendita para expulsar los espíritus.

Aquello me dejaba con la boca abierta. Una farmacéutica, que se le murió su hermano, mellizo con otro. Apenas morir, le metieron un muñeco junto al que estaba vivo para engañar al espíritu y que no viniera por el otro.

 —SI así era la farmacéutica ¿recuerda alguna anécdota, algo también curioso?

 —Cuando se muere alguien están nueve días guardando el rincón. Apenas fallece una persona, dan vueltas a la casa para despistar al espíritu y que no vuelva por allí, ponen luces en la puerta, preparan las mesas del dominó y acompañan a la familia, que vela nueve días en el rincón donde falleció el familiar "¡Si esto está como cuando llegó Colón!”.

 Tenían un coro formado. "¿Y fulanita?” "No viene porque se le ha muerto un pariente”. Se me ocurrió ir al velatorio. Cuando llegué estaban sentados y alumbrados por velas. Sobre una silla, una Virgen del Carmen. Rezaban, diciendo muchísimos disparates. Sentada en medio de aquella gente y acordándome de los de aquí, que me advirtieron de que me iban a comer los negros.

 Cuando terminó el rezo, vinieron las dolientes y se pusieron a gritar al lado de la silla donde estaba el santo. Repartían café, que es algo —irremediable en cuanto haces una visita, después de molerlo, incluso se disculpan si no lo tienen. Claro que los ricos te matan un pollo, un chivo.. , además del café. Por cierto que hasta al muerto le destinan su taza, que vierten bajo una sábana.

Terminado el velatorio y cuando volví a la mansión, quedaron sorprendidos de que hubiese bebido con ellos "¿Es que no sabes que a lo mejor con el agua del café habrán lavado a la muerta?"


—¿Estuvo mucho tiempo en la República Dominicana?

 —Antes de continuar, quiero que las gentes sepan que el dinero de las campañas llega a su destino, lo mismo el de la Campaña del Hambre o Manos Unidas que el que se manda a través de la Delegación de Misiones. Que no tiene importancia el dar lo que a uno le sobra, que se acaba tirando y es una lástima.

 Estuve cinco años en El Cercado, que así se llamaba aquello. Con tres mil habitantes en el pueblo y cuarenta mil diseminados por conucos, bohíos, que son chocitos hechos de palma. Paisajes preciosos de palmeras y cocoteros. Dimos medicinas, clases de costura, de punto, enseñamos canciones, a lo que ellos siempre estaban dispuestos. Por su alegría y su sentido del ritmo.

 Recuerdo que me pedían canciones, pues no sé cómo se les ocurrió que yo había enseñado a cantar a Raphael de España.



 —Pero las cosas habrán cambiado desde entonces

 —Pues hace veinte años, pero entonces estaba Balaguer y ahora, muy lejos, sigue. Por cierto que durante unas vacaciones en España aprendí a empedrar para enseñarlo a aquella gente. Me llamaba mucho la atención la gran afición a las peleas de gallos. Pero, sobre todo, el hecho de que un hombre tuviera tres o cuatro mujeres con toda naturalidad y sin que surgiera el menor conflicto. "Dios es grande y hay para todos" Me dijo en cierta ocasión una de ellas. También es interesante su preocupación e interpretación de los sueños. Los toman muy en serio.










Entre las muchas fotografías que María Ruibérriz de Torres nos ha enseñado, de su juventud en el pueblo y de sus años en América, hay una muy particular. Se ve con un grupo de misioneros, entre los que se encuentra Manolo Pérez, hombre que tiró por la calle en medio y se hizo jefe de guerrilleros. Dos personajes que partieron de una misma misión, María y Manolo, por caminos distintos ¿quizá a un mismo destino? El hombre tomó las armas para luchar por la justicia, y ella, María, volvió a su pueblo, Villafranca, con un precioso bagaje de experiencias, para ayudar con la voluntad y la palabra ¡Suerte!

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María detrás de los  curas Manuel Pérez y José Antonio Jiménez cuando coinciden en el mismo poblado de la República Dominicana.



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