En una de mis tertulias con mi amigo Antonio Aparicio,
me hizo un comentario del hallazgo de un cántaro, escondido en un hueco y que
salió a la luz, durante la última reforma que se le hizo al bar, donde se
dejaron al descubierto los techos y arcos originales que se habían quedado
escondidos en anteriores reformas. Como el caso es digno de mención, le pedí
que escribiese un artículo sobre el hecho, y el cual dice así:
EL TESORO:
En la susodicha vivienda y en una de las reformas que
se llevo a cabo en el tejado de la casa, donde el conflicto armado de la Guerra
Civil dejó su huella al caerle una bomba en el tejado, dejando varias vigas
tocadas.
Pues bién, estando inmersos en la citada reforma, la
familia bromeaba sobre la posibilidad de que en una casa tan antigua pudiera
haber algún tesoro escondido. Un buen día, cerca ya del mediodía, estaba
el dueño de la casa ayudando en las tareas de desescombro, y habiéndose abierto
un hueco por la parte de arriba de uno de los arcos que sostienen el edificio,
decide otear el hueco que dejaba el vano del arco, no sin hacer un alarde de
postura y equilibrio.
Cuando al fondo del hueco pudo vislumbrar un bulto al
que no podía identificar por la falta de luz ya que su cuerpo taponaba
prácticamente la totalidad del agujero al que había accedido con bastante
dificultad
Decide bajar y comunicárselo a su mujer y agarrando
una linterna, sube de nuevo al tejado, y sorpresa, descubre al fondo del
hueco,.. un cántaro. Baja de nuevo rápidamente y le cuenta con detalle
todo lo visto al fondo del hueco. Deciden esperar al mediodía, la hora en que
los albañiles van a su casa a comer.
Llegado el momento, suben a la planta primera y
calculando con mucho tino donde se encontraba el cántaro, abrieron un agujero
en la pared lateral de un chinero empotrado en el vano del arco y acceden a él
con facilidad, sacándolo con mucha dificultad debido, en primer lugar a que el
cántaro estaba sujeto a la pared con algún tipo de argamasa y en segundo lugar,
al sorprendente peso. Lo que le hizo volar la imaginación, mientras procedía
con las maniobras de extracción.
Una vez el supuesto tesoro en sus manos, un trozo de
ladrillo muy bien fijado a la boca por el mismo tipo de argamasa que lo
agarraba a la pared, se interponía entre la emoción contenida de los testigos
de aquella escena y el interior de la vasija.
Mientras , nervioso, intentaba quitar la tapa del
cántaro, la mujer, cámara de fotos en ristre, los hijos de cuatro y siete años,
boquiabiertos y expectantes y la suegra sin dar crédito.
Ante la imposibilidad de retirar la tapa y después de
forcejear insistentemente., nervioso, decide cortar por lo sano. Levanta el
cántaro a la altura de los hombros y lo deja caer contra el suelo haciéndolo
añicos............. ¿Cómo una imagen, en solo unas décimas de segundo, puede
hacer que tu cerebro cambie de una emoción a la contraria? De la ilusión, a la
decepción, tras la visión del montón de cascotes de obra que inundó el suelo de
la habitación.
Varios años más tarde, después de preguntar a clientes
y amigos de la familia, descubrimos con sorpresa para nosotros, que el autor y
responsable de dicho episodio, había sido, el abuelo de Catalina, Miguel Diaz
Zamorano, que en sus tiempos mozos y siendo peón de albañil, allá por los años
veinte trabajaba con Antonio Torres, maestro de la villa y dueño ya, de la casa
del pósito. Sin poderse ni siquiera imaginar, que la destinataria de su broma,
sería, setenta años más tarde, su nieta Catalina.
Autor: Antonio Aparicio
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