jueves, 3 de noviembre de 2016

D. JOAQUÍN RUIBERRIZ DE TORRES HERRERA, “EL BOTICARIO”

Villafranca ha tenido muchas personas ilustres y otras relevantes  que en el quehacer de su vida, bien por  su posición u oficio, han prestado grandes servicios a su pueblo, pues bien, uno de ellos es éste que nos ocupa, D. Joaquín Ruibérriz de Torres, “El Boticario”. Yo no lo conocí  porque éste falleció antes de yo nacer, pero he tenido la suerte de encontrar un artículo que su hija María de la Concepción  Ruibérriz de Torres, bajo el seudónimo de “Myriam”, dedicó a su padre en la antigua revista “Fuente Agria”.

D. Joaquín Ruibérriz de Torres Herrera. FOTO: Rafa Palomares..



D. Joaquín nació el 27 de Diciembre de 1875 y falleció el día 18 de Febrero de 1956, a los 80 años de edad, su esposa Doña María de la Concepción Ruibérriz de Torres García del Prado, murió más joven a la edad de 56 años. El matrimonio tuvo seis hijos: Luisa, Miguel, Joaquín, María de la Concepción "Myriam", Milagros y Elisa. Tenía 26 años en el año 1901 cuando abre la botica, por lo que ésta ha sido regentada por él, después por su hijo Miguel, a su muerte por su viuda Carmen y por último por su hija Paulina Ruibérriz de Torres García durante un siglo hasta que fue vendida a las nuevas propietarios Méndez y Villarejo. Además de boticario, ha sido durante más de medio siglo, archivero municipal y ha desempeñado durante algunas etapas de su vida como alcalde y juez de paz.


Madre de D. Joaquin, doña Luisa Herrera Castro y su esposa doña María Ruiberriz de Torres Garcia del Prado.

A continuación trascribo literalmente el artículo que “Myriam” le dedica a su padre. La documentación gráfica ha sido posible gracias a la colaboración que he tenido por parte de Rafael Palomares Herrera, “Rafa, el del Granero”, biznieto de D. Joaquín.

COSAS DE MI PUEBLO

A la memoria de D. Joaquín Ruibérriz de Torres por Myriam

Creo que es de justicia dedicar desde estas páginas, un recuerdo a mi padre, un villafranqueño que durante medio siglo ejerció en su pueblo la profesión de boticario, digo esto, y no farmacéutico, porque es así como se conocía, “D. Joaquín el boticario”.

La palabra farmacia apenas se usaba, tanto es así, que cuando la inspección nos exigió el nombre en la puerta, como está ahora “FARMACIA”, mucha gente al pasar deletreaba muy despacio: Bo-ti-ca.
¿Por qué se merece un recuerdo? Porque mi padre era una persona excepcional. De esto pueden dar testimonio cuantos le conocieron y trataron. Siendo un hombre de vasta cultura, se ponía a la altura de cuantos le abordaban, y aquel que se acercaba para consultar sobre una dolencia, no solamente le daba el remedio para la enfermedad corporal, sino también el remedio espiritual.

Era una persona muy equilibrada y gran psicólogo de conversación amena y fino humor. Nadie le oyó dar una voz más alta que otra, jamás perdió la paciencia, con gran amabilidad atendía a cuantos se le acercaban a exponerles sus problemas.

"Myriam" observada desde atrás por el protagonista, D. Joaquín el boticario. FOTO: Revista Fuente Agria.

Si esa ventanilla hablara!! Cuantas cosas nos diría de su gran humanidad. Por citar alguna de aquellas conversaciones  tenidas con sus clientes, cuento una que me refirió un viejo amigo. Cuando este amigo era muchacho, le gustaba un poco la bebida. Un día (no sé por qué motivo), éste bebió más de la cuenta, cogiendo una borrachera fenomenal, de esas que hacen época, siendo de gran escándalo en el pueblo. Pasado algún tiempo, su padre le mandó a comprar una medicina y me contaba que “salió tu padre y me dijo, ¡¡cuántas ganas tenía de verte, Carlitos!! Y me habló de la borrachera con muchas razones, mucha educación y mucho cariño, con unas palabras muy convincentes y persuasivas que le dije: “ D. Joaquín, lleva usted mucha razón, siento una gran vergüenza, le prometo a usted que nunca más beberé así, se lo prometí y así lo cumplí”.

De la capacidad de aguante durante el largo ejercicio de su profesión, se pueden contar muchísimos casos y anécdotas. Esta es de las que no se olvidan. Una madrugada sonó repentinamente el aldabón de la puerta. Somnoliento se levantó, abrió la ventana y preguntó al cliente:
¿Qué te pasa Juan?¿Quién enfermó, tu mujer o algún muchacho?
No señor, yo venía a por dos reales de aceite de alacranes para “juntarle” en la barriga a mi burra que no orina. Le despachó sus dos reales de aceite y lo más que le dijo, con su habitual buen carácter, fue: “Otra vez que se te ocurra, espera a que sea de día y no vengas a estas horas tan intempestivas.

Placa de marmol, expuesta en el patio de la biblioteca-

El boticario de entonces pasa la mayor parte de su vida en la “rebotica”(muchos escritores se inspiraron en ella), entre los anaqueles preparando fórmulas magistrales. Todo se elaboraba a mano: pomadas, píldoras, sellos, jarabes, etc. Muchos vecinos aún recordarán algunas fórmulas de las más usuales: el 1 y el 2 para las fatigas, jarabe de Tolú y brea para la tos de los niños, el purgante de D. Enrique, éste era el médico que lo recetaba, pomada de belladona para las paperas, tintura de árnica para las contusiones y heridas, velitas para la fiebre, etc. Una cosa que no comprendo es la cantidad de purgantes que se tomaban (había que abrir a las 7 de la mañana para su venta), en aquellos tiempos que se comía mal y ahora que se come bien, nadie se empacha. Esta juventud, no conoce el martirio de los purgantes, ¡¡era horrible!! Nos cogían las narices, y al abrir la boca nos largaban una onza da aceite de ricino, y todavía era peor si te daban sal de higuera o agua de carabaña. 

Otro de los utensilios que se tenían en la botica de entonces era una especie de orza con la boca grande para sanguijuelas, que se mantenían en barro tapadas con un trapo. Muchos se preguntarán, ¿qué servicio prestaban esos animalitos en la terapéutica; esos anélidos, eran aplicados a aquel que le daba congestión y había que hacerle una sangría. Una docena de sanguijuelas chupando sangre era el mejor remedio para recobrar la salud en dichos casos. Se decía que el agua de pozo para el boticario era una mina, pero pocas riquezas adquirió él con dicha mina. Sus riquezas eran el afecto y el cariño de su pueblo. Muchas personas sintieron por mi padre un gran aprecio y simpatía; hace poco un enfermo en el lecho del dolor me lo confirmaba. El día de su entierro, ante aquella gran manifestación de duelo, unos forasteros preguntaron:¿quién ha muerto que tanto, se le quería?. La guerra fue una época dura y muy dolorosa para él, por  encontrarse un hijo en la otra zona, de donde apenas llegaban noticias, y el otro en este frente, donde encontró la muerte. También pasó por la angustia de ver la botica, su único medio de vida, completamente saqueada. Con mucha paciencia y diplomacia pudo recuperar algo. Como estábamos en el frente de guerra, tuvo que dejarnos solas y colocarse de regente en Bujalance, hasta que ésta terminó. En este corto tiempo desarrolló una labor muy humanitaria, debido a que en toda la guerra el frente estuvo aquí.



Aún quedan vestigios de trincheras, nidos de ametralladoras, y los cimientos en la "Mojoneras" de la caseta del puesto de mando). La sierra estaba llena de metralla, proyectiles y granadas, algunas con la espoleta en perfectas condiciones. Muchos trabajadores, al ir con sus hijos a buscar leña o hacer picón, éstos se entretenían y jugaban con las balas que encontraban (al no tener idea del peligro que corrían},las tiraban o machacaban, algunos perdían la vida, otros algún miembro. Durante algún tiempo en el pueblo no había médico ni practicante y a mi padre se los traían para las primeras curas de urgencia. Estas escenas de dolor fueron tan terribles  que nunca se me pueden olvidar. Espero no haberos cansado con mis recuerdos. Otro día escribiré de él como archivero honorario del Municipio, cargo que desempeñó mucho tiempo con gran ilusión, llevado de sus románticas aficiones, a los profundos estudios históricos, inspirados y estimulados por el amor a su patria chica.

FOTO: Rafa Palomares

FOTO: Rafa Palomares

FOTO: Rafa Palomares

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