lunes, 29 de enero de 2018

FUENSANTA CASTRO TORRES, UNA BORDADORA EMPEDERNIDA.

El pasado viernes día 26 de enero se dio sepultura a una vecina de nuestro pueblo, Fuensanta Castro Torres, a la edad de 93 años, los cuales los ha vivido con una calidad de vida envidiable por todos conocida.
Para hablaros de ella no hay mejor narrador que uno de sus hijos, Antonio Porras Castro, nos diga como era su madre. En la revista “La Ventana Cultural” editada en Julio de 2017, Antonio publica un artículo hablando de su madre y que quiero reeditarlo en mi Blog para que Fuensanta quede en el recuerdo de todos los villafranqueños.

Fuensanta en su Singer.


Artículo de Antonio Porras Castro.
“La Ventana Cultural”. Julio de 2017 Nº 18.

Retazos de una nonagenaria bordadora empedernida

Afanada a su máquina de bordar, agarrada a los albores del incipiente arte, al clasicismo de la manualidad y sujetando, a la vez que girando y balanceando, el arillo que atiranta el hilo para que la aguja penetre la quieta confección; ésta infatigable bordadora ejecuta, con el ritmo y el compás del pedal de su SINGER, lo que aprendió hace más de tres cuartos de siglo. La abuela Fuensanta, mi madre, levanta la cabeza de su disciplinado trabajo de bordar, me mira por encima de los gruesos cristales que portan sus gafas y con un silencioso gesto, consiente y aprecia mi llegada; sigue en su labor pues, según imagino, deduzco y de sobra conozco, lo  que tiene entre manos la requiere tanto que necesita un  poco más de tiempo para poder interrumpirlo y así   continuar donde lo dejó, sin perderse cuando la visita, en este caso, yo, su hijo, se despida y marche de su espacio, de su centro de trabajo.

Desde que cruzas el zaguán y avanzas en la antigua y fresca casa villafranqueña de la calle Baja donde Fuensanta vive desde el 12 de diciembre del año 1959, se percibe la sinfonía que su máquina emite al tricotar. Un ritmo alegre y fresco, que, a bien seguro, inspira al canario, que guardado en la jaula, la ve desde el patio. Creo que el canario también se exigirá y pretenderá dejar al viento su más sutil canto, pues cerca de esta artista la inspiración será máxima y desmesurada la entrega. 

"La abuela es una enamorada de la luz, de su casa, de las macetas, de las flores...con su canario creo que comparte miradas, confidencias, charlas. Se conocen y respetan, se apoyan y cuidan"

De la persona sobre la que escribo, que atisbo y pretendo dejar su huella para compartir, no es otra que mi madre. Se llama Fuensanta Castro Torres, nació un 23 de junio de 1924 en Villafranca y yo, Antonio Porras Castro, su hijo menor, soy el que recopila y escribe este documento.   A la pregunta: ¿Cuándo y por qué aprendiste a bordar?, me responde: "Mi  madre tuvo la  primera máquina de bordar en el pueblo,  una SINGER, la  compró para hacerle el ajuar a su hermano Gonzalo, rondaba esta fecha el 1913. 

A partir de ahí era lo que en mi  casa veía, me atraía y quise aprender. Mi madre me enseñó a mover la máquina y a hacer cordoncillo y en el SINGER a matizar y a hacer calados". "A los 16 años me fui a trabajar a la casa de la familia Palomares Requena, en la calle Síndica, allí estuve dos años donde aprendí, perfeccioné y colaboré en el ajuar de los hijos de esta familia; cobraba una peseta al día, lo recuerdo todo perfectamente: la señora, sus hijas..." Fuensanta Castro, como se conoce sobradamente en Villafranca, es una señora viuda que con la ilusión y entrega de una novicia en el arte del bordado, se aferra diariamente a su vieja, pero de diseño moderno, máquina de bordar. Creo que existe un intenso mimetismo entre las dos, una relación de acomodo y eficiencia. Ella repite hasta la saciedad que la máquina, la costura y el bordado le transmite vida, la mantienen viva.


Desde la óptica exterior y narrando esta experiencia vital, Fuensanta recrea el atrevimiento de un delirio, pues considero una insólita situación que a sus 92 años cumplidos permanezca en la más absoluta clarividencia del bordado, en el sereno pulso de sacar hilos y en el reto de enfrentarse a nuevos desafíos, tan arriesgados y complejos, como prolongados y duraderos.

Pretendo recopilar algunos de los retazos, vamos solo algunos, pues no me correspondería a mí como hijo, pero como decía aquel escritor:"Solo me arrepiento de no haber escrito todo lo que acontecí y viví, pues hoy, pasados algunos años, algunos decenios, la memoria mengua y pasan al oscuro olvido". Por tanto me siento autorizado, legitimado y comprometido para recoger en este documento algunas de las componendas de esta infatigable, superviviente y enérgica abuela, y digo componenda pues si ella se huele este documento, creo sinceramente, que no hubiera posado ante su espacio sagrado; sólo fotografiarla la ha incomodado y puesto en alerta: "Niño, estos retratos para qué son, a mi que no me hagas tonterías" Me dijo la abuela cuando la interrumpí y le solicité algún que otro posado para mi cámara. 

Fuensanta en su espacio, con su máquina.

A nivel social, Fuensanta ha aportado a Villafranca en general y a sus "niñas", como ella las llamaba, en particular un valioso testimonio de entrega, pues, por su casa, por sus cuadernos, por sus consejos y sugerencias, han pasado multitud de personas; algunas de ellas en el periodo de aprendizaje y otras, ya pasados algunos años, han usado los recursos que en sus cajas guarda celosamente para plasmar letras y marcar sábanas, toallas, decoración de pañitos, manteles... y estoy totalmente convencido de que ha ayudado, aconsejado y guiado desinteresadamente a toda aquella persona que a su puerta ha llamado, seguro.

Recuerdo de niño, y numerosas fotografías así lo testimonian, las niñas y mujeres que por allí pasaron para aprender a bordar; algunas nos sostuvieron y ayudaron a nuestra crianza, tanto a mí y como a mis hermanos. También poseo nítidas imágenes del patio que sirvió de escenario para tanta máquina y, sobre todo, contener caracteres y genios femeninos, que algunos de ellos rebosaban energía e ímpetu de resplandecer. Estas máquinas de bordar se emplazaban a derecha e izquierda, tanto del cuerpo de casa corno del patio hasta llegar a la cocina dejando un estrecho pasillo que en muchas ocasiones era un auténtico problema acceder a nuestros dormitorios o dependencias. ¡Cuánta mujer en una casa poblada de varones!, ¡Cuánta máquina al ritmo y compás del pedaleo!, ¡Cuántos aparatos de radio sonando a la vez, cada una con una sintonía, en una emisora diferente! 

Mantel sobre el que posa la peana y la Virgen de los Remedios. A ambos lados, pañitos de jardineras; obras de Fuensanta Castro. Año 2012

También recuerdo el ritual que sobre la llegada de una nueva alumna, y digo alumna pues solo aprendieron mujeres en esta santa casa, existía: en primer lugar la ubicación de la máquina, entre quiénes se sentaría y compartiría un largo periodo de tiempo, muchas horas y largas tardes de verano. El segundo tramo consistía en realizar las muestras que le adentrarían en el paciente y artístico mundo del bordado, éstas consistían en las innumerables opciones que una máquina de bordar ofrecía, entre ellas: bordado, vainica, matizado... sobre un trozo de tela que medía, aproximadamente, 70 cm por cada lado. El tercer y último paso consistía en la realización de los trabajos que tuviera pendiente y que la dirigió a esta casa, entre ellas marcar toallas, sábanas, pañitos, aderezos decorativos... 

Creo que por esta casa, por Baja 16, ha desfilado media población femenina Villafranqueña con edades superiores a 50 años. Este ofrecimiento que en este centro de aprendizaje se ofrecía formaba parte de la educación con el que la mujer se introducía en la sociedad, al matrimonio, a la autosuficiencia, pues en esa época saber coser, arreglar un roto, un descosido, formaba parte de la educación imprescindible y necesaria de toda mujer. Debo recordar que en aquellos años toda la ropa con la que nos vestíamos era elaborada y las modistas y sastres eran unas profesiones muy reconocidas y valoradas. Hoy son oficios que han pasado a segundo plano ya que las grandes superficies con ropa asequible y muy variada han roto el antiguo esquema profesional.

Don Manuel arrodillado frente al altar de la procesión del Corpus Christi en 2014. El mantel lo bordó la abuala Fuensanta, cuando contaba 90 años. Foto Mikel

Quiero dejar constancia en este documento de dos de sus últimas obras para ilustrar este breve recuerdo, sólo son una mera y simple muestra de lo que de sus manos ha salido a lo largo de sus más de 75 años en este menester. Las dos poseen un gran valor, entre ellos la inspiración religiosa y la edad de la autora, que aportan un gran valor añadido al legado. Son meses de trabajo, recogidos en unos esplendidos manteles.

Ni que decir tiene que la abuela ha intervenido en el ajuar de la mitad de las mujeres de Villafranca, a la vez que sus trabajos y objetos en los que ha colaborado están presentes en multitud de hogares Villafranqueños. Según ella me comenta, cuando va a la peluquería, pues es muy coqueta y quiere mantener el pelo de negro pintado o sale a tomar el fresco, en la tarde de verano con sus vecinas y amigas, son innumerables las personas que la saludan y besan a su paso y encuentro. A ella esa energía la revitaliza, son pequeñas muestras de amor y entrega que derrochó e invirtió en su juventud, a lo largo de su vida.

Fotografía tomada el domingo 21 de agosto de 2016, cuenta con más de 92 años a sus espaldas.

A nivel particular, esta mujer, ha puesto en sociedad a tres hijos varones de los cuales, creo, se siente muy orgullosa; cada uno en su estilo, cada uno a su manera particular.

Llegado este momento quiero mencionar también a mi padre. Decir de él que detrás de una gran mujer existe un gran hombre, pues el abuelo aportó lo que pudo y supo en esta faceta de la que nos trae hoy aquí; permitió que Fuensanta, su mujer, prosperara y creciera en su proyecto sobre el bordado. Desde que quedó viuda, hace algo más de 5 años, esta anciana, que se reinventa ante cada nuevo trabajo de bordado, la noto que se apoya cada vez más en la fe, en el seguimiento de la misa televisada, en las oraciones, en la Virgen de los Remedios. Creo que este soporte cristiano la hace más fuerte y sólida en sus convicciones, en su aguante del día a día; la centra y reconforta.


Finalizo definiendo a mi madre, la abuela Fuensanta, como una mujer de acentuado carácter, de sencilla complacencia; exigente, disciplinada, perseverante y muy rival de sí misma. Un beso, mamá. 

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