viernes, 30 de marzo de 2018

ERMITA DE LA SOLEDAD EN LA CELEBRACIÓN DEL VIERNES SANTO: 1900-1936


Para ilustrar este artículo, quiero encabezarlo con esta foto que gentilmente me ha cedido Rafa Palomares, donde se pueden ver un grupo de jovenes vestidas con mantilla, seguramente esperando la salida de la procesión de la ermita de la Soledad, el Viernes Santo, posando a los pies de una de las cruces de las 14 o quizás 15 cruces que formaban el Via Crucis y que estaban repartidas desde la ermita de la Soledad hasta la ermita de El Calvario. Hoy solo queda una y muy fragmentada. 

Año 1930. Grupo de  jovenes, posando al pie de una de las cruces junto a la ermita de la Soledad. Foto Rafa Palomares.


Lo que os narro seguidamente está sacado de un artículo de don Luis Segado, titulado:

Trayectoria de la Semana Santa de Villafranca de  Córdoba en el siglo XX (1900-1975)

La ermita de la Soledad tenía su mayor protagonismo el Viernes Santo desde las primeras horas de la tarde se iban agrupando alrededor del atrio un numeroso grupo de personas para asistir al Sermón del Descendimiento. Para ello se sacaba al referido lugar el Señor del Sepulcro, un crucificado articulado que colocaban a la derecha de la puerta del templo, en una gran piedra molinaza de forma cilíndrica. Frente al Cristo la Virgen de la Soledad y entre ambos el sepulcro, una urna de cristal sobre sus andas de madera que según la creencia popular tenían ladrillos en su interior para que resultaran más pesadas.

Detalle de la piedra molinaza.

Ante los asistentes el sacerdote comenzaba el sermón a la vez que dos personas piadosas que representaban a los Santos Varones, iban desclavando a Jesús de la cruz con la ayuda de un lienzo blanco, a la vez que lo despojaban de la corona de espinas, de las potencias y de los clavos, que depositaban en un cojín.

 Terminado este patético acto se organizaba el cortejo procesional con el siguiente orden, primero la cruz con el lienzo, le seguía el Santo Sepulcro tras el una persona portando la corona de espinas, los clavos y las potencias Por último las imágenes de San Juan, de la Magdalena y de la Virgen de la Soledad.

Después de atravesar el escaso trayecto que separa a este templo del pueblo se llegaba a la calle Cantareros para continuar por Isaac Peral, Charquilla, Velasco Torre, Hornillo, Tafur y Alcolea hasta la parroquia, dentro de ella hacían estación de penitencia ante el monumento. La procesión salta por la calle Carnicería y se dirigía de nuevo a su templo por las calles Alcolea y Cantareros Durante el recorrido se entonaban el Miserere y el Stabat Mater.

Ermita de la Soledad, donde se puede ver el grado de destrucción durante la Guerra Civil. Foto: Agustín Palomares.

Las tallas del Santo Entierro se veneraban en la referida ermita en la que no se celebraban más cultos que los descritos En ella también se guardaban las túnicas, la de la Magdalena de terciopelo rojo, la de San Juan de seda verde y la saya y el manto de la Virgen de raso negro. Entre los objetos de plata destacaban un corazón y una corona con resplandores de la Virgen de la Soledad, las potencias y la corona del Cristo, el pomo de Santa María Magdalena y una diadema de San Juan Las alhajas de la imagen de la Soledad se reducían a una gargantilla de perlas con piezas de oro y a tres anillos antiguos del mismo metal.

Este templo estuvo administrado por una familia hasta que en 1913 empezó el párroco a ocuparse de este cometido. En el primer tercio de la centuria se encargaban de costear la limpieza del templo y todas las celebraciones litúrgicas que tenían lugar en el Don Enrique Llenara y Díaz de Morales y Don Manuel Gavilán Castro.


Estado que presentaba la ermita de la Soledad, anterior a la Guerra Civil.

Con la llegada de la República comienza una etapa de crisis a la que contribuyeron tanto las leyes gubernamentales que prohibían las manifestaciones religiosas, como la actitud de la mayoría de los concejales que componían el Ayuntamiento, contrarios también a la ostentación de símbolos religiosos.

La crispación de los sectores anticlericales de la población aflora el Viernes Santo de 1935 cuando al pasar el Santo Entierro por la calle Cantareros fue apedreado desde un solar cercano al campo, por ese motivo creyeron conveniente regresar al templo desde el Paseo sin finalizar el recorrido. Este desagradable incidente no impidió que al año siguiente, meses antes del comienzo de la Guerra Civil, continuaran saliendo los desfiles procesionales.


Aspecto actual de la cruz que aún perdura.

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