LECCION DE GEOGRAFÍA
Siendo yo maestro
escuela, me preguntó un niño un día:
¿Maestro, qué es lo más grande del mundo, Europa o Andalucía?
Los demás niños rieron con tan ingenua «salía».
y yo me sentí por dentro una voz que me decía:
«Lo más grande de este mundo, lo más grande, Andalucía».
Puse orden en la clase, con voz de recia energía
y cuando se hizo el silencio entre la chiquillería
comencé de esta manera mi lección de geografía:
Un continente, una isla, un país o una región
no es más grande porque tenga una mayor extensión.
Los pueblos suelen ser grandes por su arte, su belleza,
por la gracia de sus gentes, su valor y su nobleza.
Pero estos cuatro puntales que sostienen la grandeza,
son privilegio de Dios y de la naturaleza,
ni se ganan con las armas, ni se compran con riquezas.
Por eso, en todo el contorno que el mapa de Europa encierra,
desde Bélgica a Alemania y desde Francia a Inglaterra
no hay una región más bella ni más grande que mi tierra.
Proseguí mi conferencia con una visión profusa
de los pueblos principales de mi región andaluza.
Y hablé de mi Almería dorada, de mi «Cai» blanco, saleroso y marinero
de mi Huelva colombina, de mi Jaén olivarero
de mi Málaga la bella, de mi Córdoba moruna
y de mi triste «Graná» bajo la luz de la luna...
y cuando llegué a Sevilla, sin poderlo remediar,
la sangre me hizo cosquillas y no me pude aguantar.
Salté del «entarimao», aparté bancas y sillas
y como un «endemoniao» me arranqué por seguidillas.
Los niños me jaleaban con palmas de pelotilla
y yo que estaba «embalao», de la forma más sencilla,
mandé traer mi guitarra, mis botas de cabritilla,
cinco jamones serranos y un barril de manzanilla.
El Director de la Escuela, que no se le iba un detalle,
entró como entraría un Duque por la Corte de Versalles.
Me dio quinientas pesetas, me rodeó por el talle
y me puso de patitas en la puñetera calle.
Ahora voy como un mendigo por calles y plazoletas
pregonando con voz ronca: «¡mantillo pa' las macetas!».
Y los niños tontos al verme pasar,
me van saludando con este cantar:
«Muy buenas tardes maestro Facundo
¿cuál es la provincia más grande del mundo?»
Y yo, arrastrando mi pena, el «pecao» de la geografía,
voy contestando a sus coplas con un deje de agonía:
Aunque me dieran martirio, aunque me tomen por loco,
aunque me vaya muriendo de «jambre» poquito a poco,
lo más grande de este mundo, aunque parezca ironía,
no es ni América, ni Rusia, ni Europa, ni Oceanía,
lo más grande de este mundo, ¡sigue siendo Andalucía!
¿Maestro, qué es lo más grande del mundo, Europa o Andalucía?
Los demás niños rieron con tan ingenua «salía».
y yo me sentí por dentro una voz que me decía:
«Lo más grande de este mundo, lo más grande, Andalucía».
Puse orden en la clase, con voz de recia energía
y cuando se hizo el silencio entre la chiquillería
comencé de esta manera mi lección de geografía:
Un continente, una isla, un país o una región
no es más grande porque tenga una mayor extensión.
Los pueblos suelen ser grandes por su arte, su belleza,
por la gracia de sus gentes, su valor y su nobleza.
Pero estos cuatro puntales que sostienen la grandeza,
son privilegio de Dios y de la naturaleza,
ni se ganan con las armas, ni se compran con riquezas.
Por eso, en todo el contorno que el mapa de Europa encierra,
desde Bélgica a Alemania y desde Francia a Inglaterra
no hay una región más bella ni más grande que mi tierra.
Proseguí mi conferencia con una visión profusa
de los pueblos principales de mi región andaluza.
Y hablé de mi Almería dorada, de mi «Cai» blanco, saleroso y marinero
de mi Huelva colombina, de mi Jaén olivarero
de mi Málaga la bella, de mi Córdoba moruna
y de mi triste «Graná» bajo la luz de la luna...
y cuando llegué a Sevilla, sin poderlo remediar,
la sangre me hizo cosquillas y no me pude aguantar.
Salté del «entarimao», aparté bancas y sillas
y como un «endemoniao» me arranqué por seguidillas.
Los niños me jaleaban con palmas de pelotilla
y yo que estaba «embalao», de la forma más sencilla,
mandé traer mi guitarra, mis botas de cabritilla,
cinco jamones serranos y un barril de manzanilla.
El Director de la Escuela, que no se le iba un detalle,
entró como entraría un Duque por la Corte de Versalles.
Me dio quinientas pesetas, me rodeó por el talle
y me puso de patitas en la puñetera calle.
Ahora voy como un mendigo por calles y plazoletas
pregonando con voz ronca: «¡mantillo pa' las macetas!».
Y los niños tontos al verme pasar,
me van saludando con este cantar:
«Muy buenas tardes maestro Facundo
¿cuál es la provincia más grande del mundo?»
Y yo, arrastrando mi pena, el «pecao» de la geografía,
voy contestando a sus coplas con un deje de agonía:
Aunque me dieran martirio, aunque me tomen por loco,
aunque me vaya muriendo de «jambre» poquito a poco,
lo más grande de este mundo, aunque parezca ironía,
no es ni América, ni Rusia, ni Europa, ni Oceanía,
lo más grande de este mundo, ¡sigue siendo Andalucía!
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