Quiero publicar este artículo editado en la revista “La Ventana Cultural” del suceso ocurrido en las inmediaciones de la antigua casilla de la barca que por desgracia solo quedan algunas ruinas como podréis comprobar en estas fotos que publico. Es por este mismo punto donde está situada la casilla por donde se cruzaba el rio con la barca y en la otra orilla salía un camino recto hasta la misma curva de "Matajaca" y que dejo reflejado su trayectoria en otra foto. Es una pena que no haya encontrado ni una foto de la barca, ni del barquero por lo que apelo a todos los componentes de este grupo, su ayuda para rebuscar en el álbum de los abuelos por si aparece alguna foto relacionada con la barca o la casilla.
Casilla del barquero |
CAMINO DE LA ESTACIÓN….JUNTO A LA CASILLA DEL BARCO
por Jesús B. Corredor Gavilán
Bajando la Cuesta de la Aduana, el abuelo Pepe comenta que hace algo más de cincuenta años estaríamos ya extramuros del pueblo, entre huertas; solo nos encontraríamos la ermita de las Angustias y el Molino del Duque de Medinaceli. Caminando hacia el río, pasamos del viejo Puente de los Tres Ojos, del que solo podemos apreciar la fábrica de uno de sus costados. Enfilamos entre palmeras y naranjos el paseo hacia la ribera. Me recuerda que este camino iba en línea recta hacia la barca, adonde llegaba otro que venía de la parte de la Tejera; pero cuando se construye el Puente de Hierro, aguas abajo de dicha barca, el camino gira precisamente en la curva que hay pasando la gasolinera, perdiéndose con el desuso ambos caminos públicos.
Nuestro caminar nos lleva hasta los dos puentes que cruzan el Guadalquivir. El abuelo explica que antes de la construcción del primer puente, el de hierro, se cruzaba en la barca de una orilla a otra tanto a personas, animales, como mercancías; siendo uno de los servicios más importantes que cubría secularmente el cabildo municipal, pues conectaba con el término municipal que se encontraba en la Campiña, enlazando además con una vía de comunicación de primer orden como era el arrecife o Camino Real, hoy carretera Nacional lV o Autovía, y desde el último tercio del siglo XIX con la estación de ferrocarril de la línea Manzanares-Córdoba. Con todo, dice que existía un antiguo vado por el Arenal aunque no era practicable ni seguro todo el año.
Mientras contemplamos las remansadas aguas del río entre el continuo trasiego de coches, el abuelo José dice que hay muchas historias que se pueden contar acerca del río, de la barca, del puente de Hierro, de la carretera nacional o de la estación del ferrocarril. El paso de un vehículo de la Guardia Civil hace al abuelo retraerse momentáneamente.
Pues bien, advierte, te voy a contar un suceso que acaeció precisamente ahí, por donde cruzaba la barca, unas decenas de metros aguas arriba de los puentes donde nos encontramos. A mitad de la torrontera, se levantaba la llamada Casilla del Barco y hacia allá se dirigen nuestros pasos, a unos metros de la actual estación de bombeo para el riego.
En el siglo pasado, bueno, ya no sería el siglo pasado sino el anterior, el siglo XIX, prosigue el abuelo José, un día, en la madrugada del once al doce de noviembre, salen de Villafranca hacia la estación de ferrocarril cinco miembros de la Guardia Civil para conducir al pueblo unos presos que llegaban esa noche en el tren. Parece que en la cuesta de la torrontera cerca de la casilla del barquero, debido a la oscuridad de la noche, el sargento segundo, que va al mando, tropieza cayendo al sueloydisparándosele su carabina con tan mala fortuna que la bala le entra por el estómago y le sale por la pierna. Conducido a la inmediata casilla del barco, la herida mortal hace que tras una breve agonía muera al poco tiempo.
Su cuerpo es trasladado a Villafranca, donde este suceso causa una honda impresión. El sargento Eusebio Moreno Madurga, que estaba casado y tenía tres hijos, era muy conocido en la villa pues llevaba muchos años como jefe de dicho puesto. El Ayuntamiento, a propuesta del alcalde D. Mateo García del Prado, en consideración a los muchos y buenos servicios prestados por el sargento durante tantos años y ante el drama en que quedan su viuda e hijos ya sin recursos, acuerda costear el ataúd, el entierro y la misa solemne. En la multitudinaria ceremonia fúnebre participan además del pueblo, las autoridades civiles y religiosas, así como el jefe de la Guardia Civil de la provincia de Córdoba.
Pero la presencia del jefe de la Guardia Civil no es meramente representativa, relata el abuelo José, las diligencias que realiza dan como resultado la detención del cabo Manuel del Rincón y de los tres números que acompañaban al sargento el fatal día. Finalmente el cabo, del que se cree tendría alguna pendencia con su superior, es encarcelado y los tres guardias civiles son puestos en libertad.
En Villafranca, al igual que en la capital, se sigue con atención las noticias que van llegado sobre este asunto. Al cabo de la guardia civil se le forma finalmente consejo de guerra, siendo condenado a la última pena por la muerte alevosa dada a un sargento de su mismo cuerpo. El reo es conducido a capilla, donde no cesa de llorar y llamar a su esposa, implorando reiteradamente su visita, la cual nunca se llevará a cabo. Rechazando tomar cualquier alimento. Pronto se suceden las visitas de compañeros, autoridades militares, eclesiásticas y civiles, entre ellas la del alcalde de Córdoba, el presidente de la Diputación y el Gobernador Civil. Se realizan continuas peticiones de indulto por parte de autoridades y personas influyentes, entre ellas destaca la del perdón declarado y firmado por la viuda del sargento Eusebio Moreno. Pero la rigidez de las ordenanzas militares hace que todas estas acciones sean infructuosas.
La ejecución, señala el abuelo, se lleva a cabo en Córdoba justo al mes. En una fría mañana de diciembre, una muchedumbre acompaña el cortejo desde la cárcel, entre llantos lastimeros de mujeres, hasta la explanada situada entre la Puerta de Sevilla y el cementerio de la Salud, donde desde bien temprano se congregaba numeroso público. Entonces se da lectura a la sentencia. El reo de muerte se arrodilla por última vez ante el sacerdote. Pide perdón públicamente. Solicita permanecer de pie y con los ojos sin vendar, pero no se le permite. Una descarga de fusilería acaba con su vida, y en ese momento deja también una viuda y dos huérfanos.
Parece increíble que algo así hubiese sucedido en este ameno paraje. Aquí se truncaron, antes de tiempo, dos vidas, arrancadas para siempre de aquel horizonte que les pertenecía. La Casilla del Barco, testigo de ese ayer, también sucumbe a la ruina del tiempo, de la desidia y del olvido.
No creo recordar que el abuelo haya mencionado el año concreto de este suceso, si es que se sabe. A mi duda me responde que, si quiero saberlo, cuente las palmeras que hay en el paseo que va desde el puente de los Tres Ojos hasta el puente de Hierro y agregue los guardias civiles que esa noche lejana y funesta salieron de Villafranca y cruzaron la barca hacia la estación de ferrocarril.
Vista desde satélite de la casiila y marcado del antiguo camino de la barca |
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