Con este artículo quiero que quede constancia en este grupo de Historia Gráfica de Villafranca, de un oficio artesanal que si ningún hijo de Fernando lo remedia, pasará a la historia como el último cantarero de Villafranca. En el año 1986 en la revista Fuente Agria, se editó un artículo sobre este artesano, el cual lo edito de nuevo, y que se titulaba así:
EL ÚLTIMO ARTESANO DEL BARRO
A Fernando Cantarero Cid le viene el oficio de familia. Su padre ya era alfarero, al igual que su abuelo y que todos los antepasados que éste podía recordar. Por lo que es muy posible que el apellido lo adoptara de algún antepasado suyo precisamente por su oficio (lo cual era bastante normal antiguamente). Su padre se traslado aquí desde Bujalance. Y si Fernando fue el que se quedó en Villafranca continuando la tradición, sus hermanos también han seguido ejerciendo el oficio en distintos lugares de España (Bujalance, Hornachuelos, Alcolea, Pedro Abad, Cataluña). Y algunos de sus sobrinos están siguiendo ya el oficio de sus padres.
Sr. Fernando Cantarero Cid, "El Catarero" |
Son probablemente muchos siglos de tradición familiar que él teme que se puedan romper en su caso si alguno de sus hijos no se decide a seguirla. En tal caso no se rompería la tradición familiar, sino que también dejaría de funcionar el último horno que queda aún en funcionamiento en Villafranca, después de haber dejado de funcionar los otros que había. Así, aún se recuerdan en el pueblo el horno de Belica, en la calle Cantareros (donde se hacían cántaros, por lo que de ahí vendrá seguramente el nombre de la calle); la tejera de la Soledad; la tejera de Las Angustias, a la bajada del "Paseo Viejo" (detrás del campo de fútbol); la tejera de "los Copaos", donde se hacían ladrillos y tejas; y la tejera, del Duque a la entrada del pueblo.
En cuanto a este horno que aún funciona, situado en el Pozo Afuera, unos años antes de comprarlo la familia Cantarero, era de dos hermanos. La hermana era conocida en el pueblo como la "cantarera la loca", a la que se recuerda amasando el barro con dos sacos atados a modo de faldas. Y en carnaval regalaba los cántaros estropeados para jugar "al caso la olla" si se le hablaba de un señor del pueblo que era su amor platónico.
Este horno, cuenta con más de un siglo, aunque no se sabe a ciencia cierta cuándo fue construido. Son muchos años los que lleva funcionando y, a pesar de cumplir todavía su función, está bastante achacoso, y Fernando Cantarero teme que cualquier día pueda hundirse el suelo que, al ser a su vez el techo del subterráneo donde se quema la leña (a temperaturas que pueden llegar a los 1000º C) está bastante deteriorado por fuego. Por ello es de agradecer la subvención que le ha sido concedida por la Diputación Provincial de Córdoba, aunque, al habérsela concedido en cuantía inferior a la solicitada, no alcanza para arreglarlo íntegramente, sino no sólo lo más urgente.
Fernando es observado trabajando el barro por un grupo de niños |
A parte del horno, Fernando Cantarero cuenta también desde hace unos años con una máquina amasadora (antes había que amasar el barro con los pies) y un torno eléctrico, con el que se ahorra el tener que estar dándole continuamente a la rueda con los pies para que andara. Sólo con esto, el barro (traído de Hornachuelos, pues el que hay aquí tiene mucho rompimiento) y una caña partida por la mitad, van saliendo de sus manos con la soltura que sólo dan tantos años en el oficio, macetas, cántaros, bebederos, tinajas, botijos, huchas, ceniceros, jarrones, mazantines, etc.
Pero el paso del tiempo no perdona y los avances técnicos se están haciendo notar también en este terreno. Al igual que en todos los oficios artesanales, que están quedando relegados a un plano marginal o meramente artístico. Por una parte, utensilios en barro que en otros tiempos eran imprescindibles, hoy día son sólo un objeto decorativo.
Antes no existía el plástico, el aluminio, el acero inoxidable,... e incluso el cristal era raro. Casi todo en la cocina era de barro: cazuelas, pucheros (donde se hacían todos los guisos e incluso el "café en puchero"), platos, jarros, lebrillos,... e incluso pequeños pucheros para jugar las niñas. De ahí el popular juego de carnaval "al caso la olla"(posteriormente el "que queeeema"), que se jugaba con pucheros y que se está perdiendo a la vez que éstos, que consistía en pasárselos de mano en mano hasta que se rompían. Para ello se iba a las tejeras y se compraban más baratos los pucheros defectuosos.
Otro de los casos más claros de utensilios que antes eran imprescindibles y que han quedado relegados desde que llegó el agua corriente a las casas son los cántaros. Antes todo el mundo tenía sus cantareras con cántaros llenos de agua de las pocas fuentes que había en el pueblo. Fernando Cantarero recuerda cuando todos los días hacían un montón de cántaros y los llevaban diariamente a Adamúz para venderlos. Pero como lo transportaban en mulos que contrataban sólo para la ida, tenía que venderlos todos pues no podían volver andando cargados de cántaros por lo que no vendían en la plaza a una peseta, se los vendían a un almacén por dos reales.
Con alumnos de la escuela taller |
Era la época en la que los hornos eran una industria imprescindible y bastante rentable por tanto. En el horno que estamos tratando incluso hay unas viejas piedras de molino con las que antes se trituraba el mineral para vidriar los pucheros, lo que hace tiempo que ya no se hace. Ahora incluso objetos que tanto se siguen usando como las macetas, dejan de ser rentable; hechos a mano. También aquí han llegado los adelantos técnicos y hay máquinas con las que se hacen muchas más macetas que las que se pueden hacer con un torno.
De ahí que Fernando Cantarero, que antes se dedicaba exclusivamente a trabajar el barro, tuviese que buscar otros trabajos (antes conducía el camión de la basura y ahora tiene un camión con el que da portes). Sería una pena que dejara de existir en nuestro pueblo un oficio de tanta tradición como es el de darle vida al barro. Nosotros pensamos que sería una buena idea y desde aquí lo proponemos que se realizarán en este horno los cursillos subvencionados por el INEM para iniciar a los jóvenes en este artístico trabajo del barro (como los ya realizados en el pueblo en las ramas de corte y confección, carpintería, floricultura...), remunerados por dicho organismo tanto a los alumnos como al monitor. Y Fernando Cantarero ya nos ha dicho que estaría encantado de enseñar su bello oficio a quien estuviera interesado.
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