miércoles, 27 de enero de 2016

MANUEL GAVILAN BLANCO. "EL TRUEQUE"


Vamos a comenzar los relatos de Manuel Gavilan, con un hecho de los que fueron protagonistas su abuelo y la madre de Isidro, Doña María Pino, consecuencia del trueque y el estraperlo y lo titula así:

Caso número 2... EL TRUEQUE
Los que vivimos aquellos duros y angustiosos años de la guerra, pudimos ver cómo el hambre y la miseria, inevitables y calamitosas consecuencias de ella, se cebaba en los más pobres y menesterosos por la carencia casi absoluta de los alimentos básicos para poder subsistir. 

Las tiendas de comestibles apenas tenían existencias, y cuando las tenían sólo se podían obtener presentado la cartilla de racionamiento, y, previo el corte del cupón correspondiente, se conseguía adquirir garbanzos, azúcar, aceite, lentejas, arroz, etc... Pero como el suministro no lo hacían de forma regular en los plazos establecidos, y, aunque lo hicieran, la ración personal era insuficiente para cubrir las necesidades que la población venía arrastrando, no quedaba más recurso que acudir al mercado negro, al que llamábamos "estraperlo", para conseguir, siempre a precios desorbitados, los artículos que nos eran más imprescindibles. 


Doña María Pino


El pan brillaba por su ausencia. Cuando lo había era pésimo: de cebada o maíz: pero eran muchos los días que fallaba el suministro de harina. Ante esta situación crítica, impulsados por el hambre, eran muchas las personas que se tiraban al campo a robar descaradamente lo que fuera con tal de poder sobrevivir. Otros pedían limosna de puerta en puerta; pero, desgraciadamente, hubo casos vergonzantes que murieron de hambre. 

Los labradores gozábamos del privilegio de poseer los productos básicos para poder superar tan calamitosa situación: trigo, garbanzos, habas, patatas. etc... Los artículos que necesitábamos, como el arroz y el azúcar, los conseguíamos a base de trueque: por trigo, garbanzos, aceite, chorizo, morcilla... o por cualquier otro producto que nosotros tuviésemos y que el trasperlista" de turno aceptara a cambio. 

Estos productos nos los reservábamos de forma ilegal; lo que en aquellos tiempos suponía un riesgo enorme dado el rigor con que la Fiscalía Provincial de Tasas perseguía estas irregularidades que tras minuciosas y frecuentes inspecciones sancionaba de forma enérgica e inapelable; porque sólo se nos autorizaba, estrictamente, la cantidad del producto declarada para siembra y consumo familiar, el resto de la cosecha había que entregarlo obligatoriamente al Servicio Nacional del Trigo. Pretensión inútil, puesto que no nos íbamos a desprender del único medio que nos permitía adquirir, mediante el trueque, los productos de los que carecíamos.


Señor Manuel Gavilan Blanco

Recuerdo que, en una ocasión, convinimos con nuestra vecina María Pino, que también traficaba en el negocio del “estraperlo”, el cambio de un Kg. de azúcar, de la que carecíamos, por cinco de trigo. El azúcar nos era indispensable para la preparación de las papillas del hermano que tendría un año, más o menos. Para realizar la operación del trueque de la forma más discreta y reservada posible, convinimos llevarla a cabo, como otras veces, a través del pozo, que era medianero, lo que suponía evitar la necesidad de salir a la calle con los artículos, cosa que siempre comportaba cierto riesgo dada la céntrica situación de nuestros propios domicilios. La pared divisoria permitía hacer el cambio limpiamente por debajo de ella, alargando el brazo todo posible. Por supuesto que no era la primera vez que empleábamos este discreto medio de trueque que nuestra vecindad nos brindaba. Bien, pues llegado el momento convenido, cada cual provisto de su mercancía, se dispusieron a llevar a cabo la operación: el abuelo por nuestra parte y María Pino por el suyo.

- María, ¿estás ahí? —preguntó el abuelo en voz baja inclinado sobre el brocal. 
- ¡Claro que estoy! ¡Leche! ¿No voy a estar? —respondió con la naturalidad que la caracterizaba, sin el menor reparo. 
- ¡Habla más bajo, María, que te van a oír los vecinos! 
- ¡Que no me oye nadie! ¡leche!
- ¿Tienes el azúcar ahí a mano?
- Sí. ¿Y tú, tienes la talega con el trigo? 
- Yo también la tengo preparada —respondió el abuelo. 
-¡Ea! Pues toma el azúcar y dame el trigo, dijo ella alargando la mano con el cartucho por debajo del muro. 

El abuelo tomó el kilo de azúcar, lo soltó en el suelo, e inmediatamente cogió la talega con el trigo y se la alargó a María que la esperaba con el brazo extendido; pero no sé si por el mucho peso, o porque no llegó a cogerla bien, el caso fue que se le escapó de la mano y se precipitó al fondo del pozo.
- ¡ Ay! ¡Coñ...! 
- ¿Qué has hecho María? 
- ¿Qué leche voy a hacer...? Que “me s`ascapao” la puta talega y “s`ha” ido a “to lo jondo” del pozo, ¿no lo has visto?

Efectivamente, la talega con el trigo se estrelló en el agua dando una enorme zambullida que resonó como un cañonazo lejano. 
- Y ahora ¿qué hacemos? Preguntó perpleja.
-Espera un momento, dijo el abuelo, que voy a intentar sacarla con la rebañadera.
- Es que no se cómo me he apañado pa que me s'haya escurrío. ¡La madre que la parió! ¡Qué mal rato me está haciendo pasar la puta talega!.

El abuelo entró inmediatamente en busca del artilugio, que, provisto de una larga cuerda, lanzó al fondo del pozo. Movió ésta trazando con el brazo repetidos movimiento circulares con el fin de que la rebañadera rastreara con sus afilados ganchos el fondo, hasta que notó cierta resistencia que evidenciaba haber conseguido su propósito.
- ¡Tira despacio! Antonio ¡que ya las ha enganchao! 
- ¡Calla! Que yo sé lo que tengo que hacer. 

Y empezó a tirar de la cuerda muy despacio, suavemente, alargado los brazos hacia el centro, con el fin de que no golpeara en las piedras, hasta que al fin vimos cómo la dichosa talega aparecía enganchada en la superficie del agua. Siguió tirando poco a poco, mientras nuestros corazones aceleraban su ritmo temiendo lo peor: que se escapase antes de llegar al alcance de la mano. Para nuestra decepción se cumplió el presentimiento; porque justo cuando ya estaba casi arriba, y nosotros dispuestos a cogerla, el tejido de la talega se rompió debido al peso del trigo incrementado con el del agua que había empapado, y por el roto se fue al fondo del pozo todo el contenido, quedando enganchada solamente la talega vacía dejándonos a todos en medio de la mayor frustración justo cuando ya saboreábamos el éxito por haber resuelto el problema.

- Vaya por Dios’, exclamó el abuelo ante el fatal contratiempo. Y María, desolada ante el desafortunado revés, exclamó:
-¡Nos dio por culo la puta talega! ¡Ya me quedé sin trigo! ¡Mira que el "dijusto”!. 
Es que la tela era demasiado fina, María; si hubiera sido lona, no se rompe. 
-“Coñ…” ¿Y quién iba a pensar que se iba a caer al pozo?
- Tienes razón; pero no te preocupes. Ven luego a la noche con otra talega y te echaré otros cinco kilos de trigo. Te los llevas y aquí no ha pasado nada. 

Y así quedó solucionado en aquella ocasión el grave incidente del trueque.
Lo que no se pudo solucionar en mucho tiempo fue el mal olor que despedía el pozo. Tenía apestada toda la casa. Cuando el trigo se pudrió y fermentó, se produjo en la superficie del agua una capa nauseabunda de olor insoportable. Para remediar cuanto antes el problema, nos dispusimos a sacar agua y más agua por ambos lados, hasta que conseguimos que recobrara su claridad y transparencia normales. 
Manuel Gavilán Blanco.

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